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EL MESTIZO. poesía, opinión; sociología grotesca

El símbolo humeante de La Cañadilla

El símbolo humeante de La Cañadilla

Nadie, casi nadie, vamos, sabe ni sabrá que existe un pueblo que se llama "La Cañadilla". Nadie, o casi nadie, vamos, le dará menor importancia conocer ese dato. Tampoco es Zaragoza, ni Nueva York. Total, como dicen algunos políticos, "si son cuatro gatos".

 

El pasado miércoles desalojaban La Cañadilla, barrio de Aliaga, por la cercanía del fuego que se originó en la sierra del Majalinos, hasta esta semana uno de los parajes más bellos de Aragón, dentro del Geopark, del Parque Geológico de Aliaga, del Maestrazgo más íntimo y sincero, con una biodiversidad catalogada y reconocida por la Unión Europea.

 

En La Cañadilla vivían pocos. Eran diez o doce casas, con su ermita, con sus camos de labor y sus pinares. Era un sitio tranquilo, humilde, bello por definición. Cuando pasabas con la bicicleta o el coche por esa carretera estrecha, saboreando las esencias de un paisaje único, las gallinas de los vecinos ocupaban la carretera. El paisano labrador recogía su tractor y alguna mujer tomaba la fresca. En invierno era prácticamente un desierto. Y en verano algunos antiguos vecinos retornaban a su casa, a su identidad...

 

Cañadilla es pequeña, pero tiene siglos de historia. Siglos de historia dura. Por allí pasaron culturas milenarias, y fue frente activo de las guerras carlistas, de la época del Maquis. Cañadilla es pequeño pero su estampa era más grande que cualquier monumento patrimonio de la humanidad.

 

Ayer, las imágenes de la televisión reflejaron la dureza, el abandono y la impotencia del medio rural y de los medios con los que cuenta para lo realmente importante. La administración es capaz de hacer frontones y centros de interpretación en la nada más absoluta, pero por lo visto es incapaz de coordinar, de tratar al medio rural como un sector estratégico, como un mantenedor del Oxígeno planetario, de la cultura popular, de nuestros montes, de nuestros alimentos... amen.

 

Y mientras se centraban los esfuerzos en otras zonas, los valientes Ejulvinos, dirigidos por José Luis Lagares y por su alcalde, José Manuel Salvador, hacían lo que podían con los medios que podían, mientras veían arder, como en la peor de las imágenes del Apocalipsis, toda su riqueza forestal, el valor añadido de un pueblo que llevaba varias semanas preparándose para juntar en su plaza a grupos de jóvenes de todo el Bajo Aragón Histórico.

Seguramente, en cosa de una o dos semanas, volveremos a las noticias mundanas. Al fichaje de Etoo por el Inter, a las gilipolleces más absolutas de este mundo de mierda, a la gripe A (en el mundo muere más gente por cornada de burro que por gripe A, pero así estamos).

El Paisaje Cultural aragonés ha sufrido un serio revés. Ya nunca volveremos a ver el Maestrazgo y los Montes de Els Ports como fueron hasta hace tan sólo una semana.
 
Cañadilla se me convertía en mi imaginario histórico como un símbolo. Un símbolo humeante de desesperación, pero también de vida, de cómo tenemos que volver a levantarnos de las cenizas y mostrar al mundo que desde el rincón más humilde se puede descubrir el infinito. De la necesidad de luchar un poco por nuestros pueblos, aunque sirva de poco, muriendo de pie. Porque a esos habitantes nadie les devolverá los siglos y generaciones de historia perdidas por las llamas. Porque a esos habitantes se les tratará como cuatro gatos, repitiendo los esquemas que otros utilizan para Aragón. Aragón es Zaragoza y poco más. Y se permiten, algunos, cuestionar nuestra vida, llamándonos subvencionados. Se permiten patear el monte como si sólo fuera suyo y como si todo alrededor de la ciudad fuera un puto parque temático. Se permiten cuestionar siglos de historia y asentir, como borregos, que vivir en el pueblo está bien, pero sólo un poco. Que el triunfo es estudiar una puta carrera y convertirnos en unos corderos infelices, con corbata y despacho, que pasarán largas temporadas de su vida en el médico con estrés, depresiones y las más variadas enfermedades y gilipolleces metrosexuales del mundo mundial. Ese es nuestro éxito.
 
Ahora vendrán nuestros políticos  y les dirán que tomen un poco de esto y que se vayan a Zaragoza (que pregone el patrón). A ver qué dicen, a ver qué hacen, a ver qué proponen, a ver qué "venden" para mantener sus sillones. 

La tierra sangra y el humo se veía perfectamente desde Híjar. Hoy huele todo el Bajjo Aragón a quemao (y esto que digo es literal).  No tengo muchas ganas de escribir, ni de pensar. En Aragón no todo es el Fleta ni los bienes de la Franja de Levante, ni la ciudad compacta, ni la Expo, ni los barcos de Belloch... De hecho, ese es el menor problema. Tiempo habrá de todos modos para analizar qué es realmente lo que ha pasado y cómo.
Una vez mas, a nadie le importan realmente los pueblos y el medio rural, y menos a los políticos. En las capitales no hay pinares y el Bajo Aragón y Teruel sólo existen para macroproyectos estúpidos, colocaciones y demás gilipolleces.
 
 
Un abrazo a todos los que quieran escuchar.
 

Víctor Manuel Guíu Aguilar

4 comentarios

Mestizo -

Qué tal Pajarero?? Nos debemos una comida...

Un abrazo. Seguro que nos quedan muchas cosas por hacer...

El pajarero. -

...y aparte de escucharte te agradezco que seas un soplo de oxigeno para mi cerebro, cansado ya de tanta mediocridad y estupidez...

Sergio Grao -

Y yo¡¡¡ Sin poder llegar a olerlo tengo el humo en la garganta. Magnífico post Víctor, eso sí que es una patada en los cojones.
Como decía el gran Ramón Gómez de la Serna: "El manco de los dos brazos, se quedó en chaleco para toda la vida"

Ángel -

Yo te escucho hermano, y me hago eco de tus palabras, que suscribo al 100%