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EL MESTIZO. poesía, opinión; sociología grotesca

El Señor Yebra... (las cosas de Ernesto Jartillo)

Ernesto Jartillo estaba por aquel entonces haciendo el Camino de Santiago con uno de sus discípulos más aventajados. Tras semanas de caminata (su periplo empezó en Chartres, en Francia), con los pies hinchados y un cansancio acumulado, prefirieron pasar dos o tres días en Villafranca del Bierzo, aprovechando una Feria del Vino que se estaba celebrando.

 

Y como Jartillo es sociólogo, pero bolinga por encima de todo, se dio al rico placer enológico, con buen condumio, por supuesto...

 

Era Agosto, y entre la Feria, el calor y los numerosos caminantes, el pueblo estaba a rebosar. Decidieron hacer parada en un bar de la plaza principal, para tomar una ración de pulpo y unas jarras de cerveza (para quitar el reseco del vino). Tuvieron suerte y pillaron mesa, pero la cocina y la barra era un ir y venir.

 

El camarero de la barra era asiduo a la parsimonia, se le notaba por su acento.


En estas que dos personajes locales, aborígenes de pura cepa, con los colores bien marcados, seguidores de Baco y de sus improperios, aparecen por el bar y piden sus correspondientes vinos. Hasta cuatro veces hicieron la petición. Casi un cuarto de hora pasó desde su entrada. Aquellos paisanos de toda la vida, apoyados en la barra, clientes de día si y tarde también, esperando la llegada de su tan preciada ambrosía...

 

- Mecaendios, pero nos vas a servir o qué¡¡¡¡-

Ninguna contestación recibió. El paisano más lozano callaba y reía, pero su compañero insistió.

- ¿Pero nos sirves o no nos sirves?

Cansado de la espera y de la mala educación con los fijos de plantilla dijo una frase, bien en alto, que se nos quedó grabada a fuego en nuestra agenda grotesca y sincera:

- Me voy. A tomar por el culo. Me voy José Antonio, me voy y no se ni si vuelvo. ¡ Ya llegará Noviembre, ya! ¡Ya llegará Noviembre y entonces que no habrá nadie nos vendrán a buscar a casa!

 

Luego supimos que aquel señor, bueno, su amigo el sonrisas , el que esperó al vino (y se tomó tres), se llamaba Sr. Yebra. Nosotros, lejos de no intervenir le dijimos, sin miramientos: "Qué puta razón tienes abuelo. Tienes toda la puta razón"...

 

 

 

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