Por Lucía Conte [Tarbut Híjar]
“Allí donde tú te encuentras, se encuentran todos los mundos” (Moshe Cordovero).
El azul de Safed conecta la corona y la tierra (keter y maljut) y pasar por sus calles empedradas y solitarias al atardecer, entiendes que allí, efectivamente, se encuentran todos los mundos. Fui hasta allí por trabajo, pero también con una voluntad personal, en una especie de misión que no era mucho más que un objetivo difuso en mi cabeza. Seguía un deseo que me acompaña desde hace años: el deseo de seguir los pasos del último rabino de Hijar, Yosef Eliachar, quien según la tradición marchó de Hijar hacia 1490 antes de la publicación del edicto de expulsión de los judíos por parte de los Reyes Católicos.
Siempre ha ocupado mis pensamientos intentar descubrir qué le había movido a marcharse hacia ese lugar, entonces remoto, en medio de la Galilea, y a ser reconocido como el primer rabino de Sefarad que llegó a Eretz Israel desde una España que se había vuelto inhóspita.
Con el tiempo aprendí que Safed es una de las cuatro ciudades santas de Israel junto a Hebrón, Jerusalén y Tiberias y aprendí también que allí había cuajado la cábala moderna. Grandes cabalistas de la talla de Haim Vita, Yosef Caro o el Ari encontraron en ese lugar mágico el crisol perfecto para el florecimiento intelectual de la mística judía.
Quizá eso fue también lo que llevó a nuestro rabino Yosef Elyachar a dirigir sus pasos a un sitio al que, cuando llegas, te resulta casi familiar, sorprendentemente familiar. Safed está en una colina, como Híjar, y rodeada de otras colinas, todas diferentes: unas de tierra roja, otras blancas y cubiertas de hierbajos, otras de aspecto semidesértico, que recuerdan bien los eriales que llevan a mi casa. Acercarse hasta allí se convirtió en la antesala de una de las vistas más bellas que recuerdo.
Pero si algo me hizo sentir en casa fue la puesta de sol Esas puestas de sol de verano en Híjar, que los que allí crecimos no olvidamos, se repiten en Safed. Pero Safed es, tal vez, más silencioso. Al caer la noche las gentes se recogen, y al caminar por las calles desiertas se oyen sólo los cantos y los rezos de los hombres que se escapan por las puertas abiertas de las muchas sinagogas y escuelas talmúdicas, tiñendo el ambiente de una áurea mística que limpia el alma y la eleva.
En las empedradas y oscuras calles de repente se ve una luz, y al levantar la cabeza ves el árbol de la vida tatuado en el cristal de las vidrieras, como en un intento de que la luz se filtre a través de cada una de sus diez dimensiones.Sin embargo eso sólo fue el principio.
Las circunstancias me acabaron llevando a descubrir entre las numerosísimas escuelas de Cábala y las sinagogas que están sembradas en cada esquina de Safed, una de ellas que está normalmente cerrada al público pero que, por mi suerte, abrieron sólo para nosotros. Formábamos un grupo de especialistas en estudios sefardíes y no podían, por lo tanto, dejar de mostrarnos una de las sinagogas más antiguas de Safed. La vieja mujer que nos abrió la puerta nos dijo que esa es la que llaman la sinagoga de los aragoneses. Cuando lo oí, fue como si un resorte se activara. Observé cada rincón y vi los restos de unos arcos ojivales apuntados como los de la sinagoga de mi pueblo, y un espacio para las mujeres, bastante más grande que el que nosotros tenemos pero bien parecido en su forma. La bimah, pintada de azul, como todo es azul en Safed, se yerge en medio de la sala, vieja pero todavía majestuosa y, desde luego, conservada con cariño. Y entonces, nuestro guía nos explicó, medio en inglés, medio en hebreo, que esta sinagoga habría sido muy probablemente fundada por el primer rabino español en llegar Israel, un tal Yosef, al que conocen como “el zaragocí”, o que venía de un lugar cercano a Zaragoza.
Reconozco que me emocioné. Me emocioné mucho porque allí estuvo ese último rabino de la judería de mi pueblo al que llevo años intentando conocer mejor y cuando supe que había estado allí probablemente rezando hablando desde esa misma bimah, sentí que hizo que los esfuerzos de estos años hayan valido la pena y que su antigua sinagoga, todavía en Híjar, debe ser rehabilitada. Hablé de él con todos, claro, y repentinamente un profesor que me acompañaba me contó que un miembro de su familia dedicó su vida a estudiar a Yosef Eliachar y sus descendientes. Hoy ya estamos en contacto para seguir investigando juntos.
Hace tiempo que le seguía la pista, a este rabino. Durante años he estado en contacto con una de sus descendientes que vive también en Israel. Ella que es, como yo, profesora de historia, se ha convertido en una amiga, en una cómplice, y en un atento apoyo a los pasos, a menudo vacilantes, que ha dado Tarbut Híjar. Pues bien hace sólo unas semanas nos conocimos en persona y nunca olvidaré sus palabras cuando me dijo: “Lucía, ésto no es un primer encuentro: es un reencuentro”.
Y ahora no me queda ya duda que bien pronto volveré a tener noticias de nuestro último rabino, y que seguiremos poniendo en valor nuestra juderia. También la elipse de la plaza de nuestra judería (hoy San Antón), presidida por el arco de entrada y la sinagoga que fue de Híjar, parece haber retenido el paso del tiempo, y conservado una magia que muchos sentimos al pasearla. Como en Safed.
Lucía Conte [Tarbut Híjar]