La transformación
Hacía unas cuantas semanas que su cuerpo no respondía como antes. Curiosamente su talante fisiológico cambiaba al descargar la luna su foco en la noche.
Nadie, ni él mismo, lograba comprender qué extraño pasaje biológico-cultural estaba atravesando.
Comezó por olvidar, casi de repente, su lengua germánica natal, la que le enseñó su madre, la que cultivó con desigual suerte en el colegio y el instituto, la que oyó a sus abuelos y a sus familiares más allegados... En alguno de sus trances hablaba una lengua que recordaba a algunas canciones de países lejanos, una suerte de dialecto entre el castellano y la antigua fabla aragonesa.
Su visión se hizo nocturna. El sol de la mañana le causaba dolores intensos en los ojos, como si las cuencas cocieran dos grandes huevos duros. Sólo las gafas de sol amortiguaban el tremendo golpe lumínico. A la hora que al resto de los mortales les suena el despertador su estado era catatónico, y podía permanecer dormido mientras Helios recorriera el firmamento con su carro de oro. Al principio le costó acostumbrarse, pero pronto comenzó a a cuadrar los tiempos de tal manera que los primeros rayos del sol le cogieran en sus aposentos, cada día más lúgubres, cada día más inexactos.
Ernesto Jartillo clamaba venganza por tan complicado suceso que le acontecía. Un hombre de letras, bígamo de ron y cerveza, áspero conocedor de las más altas cumbres poéticas y sociológicas.
Consultó doctores en media Europa. Viajó a las tierras más indómitas. Habló con gurus, sanadores, curanderos de Triana, chamanes de la lejana Siberia... Inclusó participó en experimentos algo oscuros en las más recónditas montañas de los Caucasos. Todo fue inútil.....
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Definitivamente, y sintiéndolo mucho, le dijo el doctor Anselmo Astrógrado, usted se ha convertido en un Trasnochador.
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