El hombre más pesao del mundo
A mediados de los años 70 del pasado siglo, Ernesto Jartillo ( el gran sociólogo del siglo XX) quiso reencontrarse con una parte de España que el modelo de desarrollo económico del país estaba extinguiendo.
Me refiero a la España de los Personajes. Toda España ha estado plagada de PERSONAJES. Miembros a-sociales que encontraban acomodo en barrios, pueblos y lugares perdidos de los más variados rincones de la piel de Toro.
Uno de sus primeros viajes de trabajo le llevó a la provincia de Albacete. Allí, un conocido de la Universidad de Madrid, le informó de un pueblo que tenía aires de maldito, un pueblo llamado Torre de allá bajo que sufrió una extraña despoblación en las últimas décadas. Ernesto Jartillo quedó con el profesor de Madrid, Wamba Fernández de Castro, en un bar del centro, pero, cansado de esperar, emprendió el camino a Torre de allá bajol buscando a uno de aquellos ansiados Personajes.
Cuando llegó al pueblo hacía un frío terrible. Unas pocas reses por la carretera y un pueblo casi fantasma le recibió, bajo un manto de niebla eterna.
Entró en la taberna, que hacía las veces de bar, tienda, despacho de pan y multiservicio de los que ahora llaman Multiservicio Rural (si es que nada está inventado). Pidió un carajillo de Terry – sin azúcar, por favor- y observó que el tabernero se quitó unos pequeños tapones de cera que tenía en los oídos. Sin duda, aquel debía ser el pueblo correcto.
Antes de que el carajillo se le enfriara, el maestro Jartillo observaba lo raro del ambiente. Todos hablaban con gestos y los pocos que se oía rumiar compartían el mismo gusto por los tapones de cera en los oídos. El silencio sepulcral debía tener algo que ver con la historia que Wamba le contó, así que, ante la imposibilidad de mantener conversación con ninguno de aquellos viejos parroquianos, se dirigió a una dirección de las afueras, donde vivía un personaje curioso que, suponía Jartillo, tenía mucho que contar.
En el cruce de la calle mayor con la plaza de la Iglesia un Renault 4 de la Guardia Civil se cruzó por el camino y paró a Jartillo. Ernesto, cansado de llevar gran parte de la mañana sin dirigir palabra a nadie les preguntó a los agentes el porqué de aquel silencio, de aquella escombrera social en la cual se había convertido el pueblo.
El Agente Tropezón, que así se llamaba el picoleto, le comentó que sería mejor que abandonara el pueblo, que el pueblo estaba prácticamente vacío y maldito. Por lo visto aquel pequeño pueblo llegó a tener, veinte años atrás, más de 3000 habitantes, pero Jartillo sólo veía locos, mudos y sordos. ¿A qué se debería aquello?. EL Agente le contó la historia de José Antonio Machacón, la persona más pesada del mundo. Su pesadez era tal que todo el pueblo estaba aborrecido. A los diez años de edad ya había acabado, literalmente, con sus padres y su familia. Intentaron internarlo en un lugar incomunicado, pero todo fue inútil, persona con la que hablaba, persona que llegaba a la locura, y lo que es peor, al exilio de la población o, directamente, al suicidio. Pero , ¿cómo se llegó a aquel extremo? ¿Cómo era posible que un niño, hoy buen mozo, acabara con todo un pueblo?. José Antonio Machacón tuvo unas fiebres maltas que, a la tierna edad de cinco años hicieron que su apellido, Machacón, se apoderara de él, que su propio nombre lo hiciera suyo, que a base de Machacón, perdón, de machacar hablando a los demás, se convirtiera en la persona más pesada del mundo conocido. Quién sabe, quizás, del propio universo universal.
El Agente Tropezón volvió a advertir a Jartillo y le entregó unos tapones para los oídos. Pero Jartillo, viajero por cien países, conocedor de doctrinas desconocidas, de tribus perdidas, de personas fuera de lo normal, no podía tomarse en serio al cien por cien aquellas advertencias, así que se dirigió a casa de Machacón.
José Antonio Machacón fumaba un cigarro en el carasol de su vivienda esperando escampara la niebla. Hablaba como sólo y nada más ver a Ernesto Jartillo le comenzó a contar las historias de su vida en aquel pequeño pueblo maldito. De cómo fue marchando la gente tras su constante “machaqueo”, de cómo tuvo que casarse con Adela la “sorda” y sólo le sobrevivieron sus hijos “sordos”, de cómo ….
…………………
Ernesto Jartillo se levantó en el hospital provincial de Albacete. Habían pasado casi dos días y sufría un colapso bien conocido por los médicos más mayores del hospital. El Colapso Machacón, lo denominaban.
Extrañado por la ausencia de Jartillo en Albacete, el profesor Wamba, temiéndose lo peor, llamó al comandante de puesto de la Guardia Civil y le contaron que un forastero, con aires de señorito, había estado en Torre de allá bajo buscando al innombrable Machacón. Acompañado por el Agente Tropezón y, por supuesto, con sus tapones de oídos en su sitio, rescataron al bueno de Jartillo de aquella casa, en la cual todavía don José Antonio Machacón seguía contando una historia detrás de otra, llamando por teléfono a diestro y siniestro, hablando con la pared, con su mujer la sorda y con el perro, orgulloso de que su propio apellido se hubiera apoderado de él.
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Mestizo -
José -