Reformar políticas y Constituciones
El “a ver quién la tiene más larga”. Relegar al prójimo, luchar en las trincheras cobardes de políticos que no pisan el área de fuego.
Para reformar, para tratarnos los unos a los otros, debe de existir un equilibrio entre la ambición y la solidaridad. El equilibro nos hará más o menos libres, más o menos respetuosos, más o menos ciudadanos.
Pero, hete aquí, que nos cruzamos con la cruda realidad. El gran problema sistémico de nuestro país (y supongo que el de muchos) no es que los grandes empresarios, ejecutivos, políticos, sindicalistas y mandamases sean unos hijos de puta. El gran problema es que para llegar allí, a lo más alto, a niveles provinciales, regionales, nacionales, internacionales.. hay que ser ya un hijo puta. Y los hijos de puta tienen demasiados mamporreros y arribistas a su servicio que sueñan con esa ambición.
Un estudio de esos que se pierden por la red demostraba que tras analizar altos cargos, un equipo de psiquiatras comprobó que aquellos que más posibilidades de ascender y mandar reunían las mismas características que reúnen los psicópatas. La empatía no ayuda nada a la hora de ambicionar un puesto de responsabilidad. Te van a pisar y putear. No importa lo que sepas, lo que seas capaz de hacer. Tienes que saber traicionar, convencer y mentir.
Vender una imagen, conseguir unos votos y ganar más dinero para comprar cosas ridículas. Especular con todo ello.
Aquí no se dicen las cosas por su nombre. No interesa porque eso genera “poder”. Los reformistas acaban cogiéndosela con papel de fumar. Dan risa.
Todos queremos nuestra propia Constitución sin ni siquiera haber sido capaces de hacer cumplir la que tenemos. La que tenemos en casa, la que tenemos en el barrio, en el pueblo, o la que tenemos en una vitrina en esa casa de citas en la que hemos convertido la Carrera de San Jerónimo.
La ambición se sitúa por encima de la solidaridad. Porque el error sistémico es incorregible. Cada cual buscará su “peculiaridad”.
He conocido empresas y amigos que se quedaban en la calle porque somos un país de peculiaridades. Peculiar, diría yo.
Así, la reforma servirá para callar o servirá para dar a aquellos que se quejen. Un poco hoy, otro poco dentro de dos legislaturas. Según dónde vivas no tendrás fiscalidad propia, no podrás atraer empresas (qué mal suena, copón). El modelo de “quema de contenedores” y el de “llorar decimonónicamente por nuestros derechos históricos” es el que ha triunfado. Ha triunfado porque la ambición del poder necesita de pactos.
Mientras tanto, en el reino de los pactos de Caspe nos quejamos poco. Nuestro acento cae bien en el solar ibérico, hacemos gracia y no damos mal porque somos cuatro y nos plegamos a lo que nos dicen.
Reformarán para quedarnos igual. Olvidarán sus improperios y se venderán por cuatro duros porque la madre Suiza es más fuerte que el patriotismo. Aquí no hay patriotismo, hay polos ribeteados de banderas. Y como dice la canción “todas las banderas son para quemar”.
El equilibrio está roto, podrido. Asquerosamente insignificantes, deberíamos dar la vuelta a todo para empezar de nuevo.
¿Nos atrevemos? Pero… ¿con quién?
Víctor Guiu, el Mestizo
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José Luis -