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EL MESTIZO. poesía, opinión; sociología grotesca

El Barrio

El Barrio

Un chico pueblerino como él, supongo, que se adaptaría bien a la estructura social del Barrio. Donde San Pablo se une con el casco viejo. Donde al Conde de Aranda le crece la ONU por sus esquinas. Donde las putas subsisten agasajadas de incredulidad, de perfume barato, de calle sucia y sucios clientes. Donde se empalma la noche pija con el día de voleyball sudamericano.

 

La vieja España cainita se ha vuelto rica. Y los bajos medios, algún medio alto, y otros bajos bajísimos. La nueva rica cainita se retuerce en madrigales de ritmos mediáticos. Y algunos huyen al 8 euros la copa, con ricas niñitas, y niños absurdos metidos en camisas negras (supuestamente son el staff). Y damos la vuelta al borracho orinador, y a la yonqui que mira perdida su sutileza antigua.

 

Somos la Europa de la Expo y del tranvía, me decía.

 

Y en los bares hay esperanza mientras hay vino. Y allí conversan dos sudamericanas de la subida de la lista de la compra, mientras ofrecen un cigarro a la mujer ancha de aspecto desaliñado. Y un poco más allá entra don Ramón, recién venido del médico, con las muletas en la mano, andando como un marqués, con su sello de oro, y ofreciendo al patriarca su dosis cafeinítica de la mañana. Y a Mohamed no le salen las cuentas en el Halal, pero sonríe mientras fuma y escupe. Y la abuela que espera al doctor saluda a la señora Dolores, que está aquejada, dice, pero contenta porque sus hijos están colocados. Y a María la rumana le brillan sus ojos azules mientras envia un mensaje a Doru. Y la enfermera se preocupa por José y su lumbalgia.

 

El chico pueblerino vuelve a su piso de 40 metros y sonríe porque siempre habra un bar  vivo vestido de humo, envuelto entre cenizas, que diga que Zaragoza no se rinde.

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