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EL MESTIZO. poesía, opinión; sociología grotesca

TERRITORI, PAISATGE, PATRIMONI, IDENTITAT

Me ha parecido interesante incluir este artículo de Eliseu T. Climent  (Institut del Territori), sobre el Paisaje que se reenvio en el listado de correo del Colectivo Sollavientos, traducido por uno de sus miembros.

Cuanto más culta es una sociedad, más respeta sus paisajes

(Joan Nogué, director de l’Observatori del Paisatge de Catalunya)

 

Las enfermedades del territorio se perciben a través de los paisajes

(Rafael Mata, catedrático de Análisis Regional de la Universidad Autónoma de Madrid)

 

 

Asistimos, hoy día, a una película proyectada a cámara rápida. Las transformaciones territoriales se suceden con una intensidad inusitada y con una inercia que parece ya imparable. Los caminos rurales y las carreteras vecinales son invadidos por rotondas y líneas de asfalto con múltiples carriles; los campos, huertos y bancales se vuelven polígonos industriales, grandes complejos comerciales, espacios residenciales o equipamientos de ocio, cuando no terrains vagues, espacios yermos abandonados, sin función ni sentido, que la ciudad no quiere ni el campo reclama, en los cuales campan aquí y allá montones de escombros entre una vegetación residual y caótica.

 

El paisaje pierde su carácter genuino, es clonado en una sencilla operación informática de “copia-pega”. Complejos residenciales, comerciales o zonas de actividades logísticas adoptan, en el fondo, la misma configuración aquí, en el País Valenciano, o allá, en cualquier lugar del mundo occidental. Espacios homogeneizadores y, por eso, alienantes. En ellos, la identidad cultural se disipa y la identificación de un pueblo con el territorio que habita, modelado por prácticas seculares, cede el lugar a una nueva relación. Ahora, son estos “no-lugares”, siguiendo la fórmula de del antropólogo francés Marc Augé, aquellos que dictan el vínculo de un pueblo con el territorio: espacios de tránsito privado, nuevas plazas donde el intercambio social es nulo o casi inexistente, guetos residenciales y otras infraestructuras dispersas por la geografía que se extienden como una mancha de aceite, haciendo estallar los límites de las poblaciones e imponiendo en el territorio un acceso deshumanizado, sólo posible por medio del transporte privado.

 

La buena salud del territorio como materia prima geológica, biológica, como ingrediente de base  o “grado cero” del paisaje, parafraseando a Alain Roger, resulta fundamental para la cualidad de vida de sus habitantes, medida no tanto en términos económicos como en sociales y culturales. Si asumimos el paisaje como construcción cultural, fruto de la acción, o mejor, de la interacción de una sociedad con el medio que habita, éste conforma, también, la identidad de un pueblo, ya que desvela la manera histórica  de asentarse en él, de vivir allí, de volverlo productivo. También, el cuidado y la sensibilidad, y la transmisión de padres a hijos de este bien natural antropizado, patrimonio que ha de asegurar el pan de cada día.

 

El paisaje es algo vivo, en constante transformación. Y es preciso aceptarlo. Su conservación no ha de pasar por una museificación o fosilización de la cual tan sólo pueden surgir imágenes de postal, folklorizantes y sin sentido. Las transformaciones son naturales, humanas, orgánicas; procesos que una sociedad ha de asumir como tales y a la vez seguir integrando los paisajes resultantes en su imaginario colectivo, siempre que la intensidad de estos procesos no borre para siempre el carácter del lugar.

 

Actualmente, sin embargo, las múltiples operaciones “a corazón abierto” a lo largo y ancho de la geografía, que demuestran que el territorio se ha reducido de recurso a valor de mercado, están poniendo en duda su pervivencia y la de sus paisajes, en nombre de un modelo de crecimiento que se demuestra insostenible. Quien transita por él, ya no los reconoce –territorio y paisajes- como propios, no se identifica, no se reconoce en ellos. El lugar ha perdido su genio –genius loci-, su sentido en medio de tanta obra pública o privada, de tanta infraestructura de alta capacidad o velocidad. La sensación es de desarraigo y desasosiego. La identidad territorial, que es también identidad cultural, se debilita, se diluye, se desvanece. La consciencia tiende a resignarse. Tan sólo un trabajo decidido de sensibilización social puede contribuir a mitigar el fenómeno de tabula rasa, que puede desembocar en un definitivo e irreparable exilio interior.

 

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