EL JOAQUÍN EL HABANERO
Siempre lo recuerdo cojeando, y en mi película vital lo veo con una bolsa llena de caracoles, haciendo leña en el Ebro, echando una mano en el bar y con la risa entrecortada que le producía la falta de dientes.
A mí se me murieron pronto mis abuelos José Mari y Manolo. Del primero sólo guardo el recuerdo de cuando me traía el periódico a casa (o eso imagino yo) y de verlo muerto en su velatorio, como quien ve cualquier otra cosa. Creo que me escapé con mi hermana, que para eso era mayor. De mi abuelo Manolo frases geniales como la de que tenía que ser bombardero para bombardear Rusia. O las faenas de sus plantas y huertos al lado de casa. Por supuesto cuando ves la noguera de mi casa siempre recuerdas con una sonrisa su cara, su seat verde y, aunque no los recuerde, hasta sus besos. Como decía, mis abuelos murieron pronto y sólo guardo detalles, muchas veces imaginados.
Tenía falta de referentes de abuelos (que no de abuelas, gracias a Dios), y apreciaba a esos viejos que tomaban carajillos y jugaban a la baraja en un ambiente donde las farias y los caliqueños eran el pan nuestro de cada día.
Con “el Habanero” pasé muchas horas. De vez en cuando lo puteábamos, que para eso el "Chincheta" era un verdadero profesional. Pero de veras que el Joaquín nos apreciaba y quería, de tanto roce y horas de bar.
La vida está tejida de hechos, de recuerdos. Y los recuerdos se enmarcan en escenarios particulares y propios. Uno de mis escenarios de la infancia del que guardo más recuerdos, sonidos, sabores, olores… es el “Equus”. El “Equus” era el bar que tenía mi padre, el Manolo, con el Miguel “el Peña”. En su barra, en su terraza, entre sus gentes, crecimos y nos hicimos adolescentes mi amigo el “Chincheta” y yo.
Y si el bar era el escenario, numerosos eran sus actores o aquellos que formaban parte de esa función teatral que es la vida.
El “Habanero” era uno de esos actores queridos de los que siempre guardas un recuerdo imborrable..
La pasada semana el Joaquín hacía su último viaje. Los ateos, igual que los creyentes, no sabemos muy bien a dónde vas cuando la palmas, pero sí que sabemos que la gente querida tiene que ir a algún sitio, o fundirse en el universo de recuerdos para siempre, mientras alguien cuente qué hiciste o cuánto influiste en las vivencias del otro.
Al Joaquín lo recuerdo preparando leña en Escatrón y Caspe, mientras el “Peña” pescaba y el Chincheta y yo hacíamos de las nuestras. Preparando la brasada cuando aún se asaba por el monte. Nos acompañaba también, a mí como a muchos, las tardes de fútbol en “La Val”, y lo llevábamos con el coche del Peña, con el de mi padre, o en el autobús allí donde el Híjar se jugara los cuartos al balompié.
Lo recuerdo también recogiendo con mi padre la viruta, podando algún árbol o pasando con su andar destartalado por la Plaza de la Parroquia cuando estábamos dando mal por la tienda de mi tía Severina. O recogiendo vidrio en el Equus las mañanas de sábado.
Y también lo recuerdo cuando él y el Peña me contaron que el Almejero se había muerto, en uno de los días que más me ha marcado en mi vida.
Porque a la gente que aprecias las recuerdas en lo bueno y en lo malo.
Y es así como lo quiero recordar, con sencillez. Sentado en una banqueta, al otro lado de la barra, mientras el “Peña” se fuma una faria o mi padre recoge cuatro vasos. Mientras el Chincheta le agarra un bollicao al Lupas o mientras yo recojo cuatro chapas para jugar a la Vuelta Ciclista soñando ser Sean Kelly.
Porque la vida es un puto escenario donde todos interactuamos. Porque Descanse en Paz y la tierra le sea leve. Porque desde aquí te mando el último abrazo.
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antoñito -