Blogia
EL MESTIZO. poesía, opinión; sociología grotesca

Militancias Rurales

(texto escrito para el libro colectivo "Confesiones de Margot", coordinado por Octavio Gómez Milián)

 

“Corre muchacho ya, no te detengas mas.

La noche caerá, el frío llegará.

Pero no pienses que, todo está contra ti.

El amor y sol brillante, sonreirán....”

ORZOWEI

 

 

 

 

Nacimos con el 78. En los 80 los híbridos urbano-rurales nos gestamos y pasábamos de ser rurales y campesinos a ser “heavys” y luego “maquineros”… sin solución de continuidad. Nacimos entre “Transiciones” que aún esperamos, en tiempos que perdían sentido común que aún esperan recuperar.

 

Creíamos ser los mejores por meter un gol en el recreo. Cuidábamos gusanos de seda en cajas de “galletas maría” de cartón llenísimas de agujeros.

 

Los hijos de los que tenían bar en el pueblo nos criábamos entre atmósferas de humo de faria, olor a carajillo y televisión a color. Los bares vendían la novedad del “local climatizado” en el programa de fiestas. De las remontadas épicas de Madrid y España a los Cuartos de los mundiales y la final del CAI en Ginebra. Horas y días donde aprendíamos qué era el guiñote y qué la Jota, la de verdad, la que se canta en la taberna. Las albóndigas de la “viuda” no eran un secreto y los fines de semana había timba de cartas hasta las mil.

 

A la par que la juventud se desesperaba, veíamos aquellos vídeos musicales desde la parabólica, esperando la pólvora de las fiestas, el olor a cerveza y a orines de las peñas y el “conjunto” en el pabellón. Odiamos a muerte el baile en “trenecito” y creíamos a pies juntillas que todos queríamos ir a L.A.

 

Nos metieron en la mollera que para ser grande había que estudiar en “Zaragón”, aunque ir al pueblo de al lado con la bici o con la moto era toda una aventura.

 

En la capital descubrimos la cantidad de gente que cabe en una tienda o que los hijos no se sueltan por ahí y se recogen a las horas pregonados por las madres desde el balcón. Incluso había más películas de las que veíamos en el Pilar. Todos quedaban en el mismo sitio: la puerta del Corte Inglés.

 

 

En el océano de polvo, niebla, viento y sol, en ocasiones, hay gustos raros que son difíciles de compartir. Los chupatintas, los enemigos y los amigos están demasiado cerca. Y los que comparten gustos marcianos, quizás, demasiado lejos…

 

Somos Generación, la que pasó de una infancia en la que masturbarse podía suponer una ceguera pecadora (mosén dixit) a conocer la pornografía gratis por el “Interné”.

 

Sabíamos desde que nacimos, antes incluso que José Luis Cuerda, que los que mandan, aunque pierdan las elecciones, son los mismos; que cada uno en el pueblo tiene por suerte o por desgracia un personaje o que había que confesarse si no querías ser “alma de cántaro”.

 

Y a pesar de todo y de todos, a la vuelta de un proyecto arrancaba y arranca otro, sin continuidades pasajeras, a golpe de imaginación y de amistad. Los más son camino y en el camino se quedan, sin ver ni luces ni sombras, en un tiempo, cada vez más ajeno al espacio, el de la vida, que no transcurre sereno… ni ideal

 

Después de mil  victorias pírricas, que no nos llevarán a nada y que sirven para eso de " qué bueno soy pero para qué poco lo aprovecho" (mamita dixit) , los “militantes rurales” rehacemos lo deshecho con el sonido de las tórtolas de banda sonora, esperando noches de inspiración, la fresca de tormentas y los besos de quien nos quiere, sintiendo por siempre aquello por lo que nunca seremos leyenda… ¿o si?.

 

Porque en los calurosos meses del julio ciclista, aquellos valientes nos enseñaban que ser de pueblo y ser grande era posible. Chicos de Villaba y de Biescas se retorcían buscando el horizonte de un Tour de Francia mientras sus padres hacían miles de kilómetros robando horas al sueño y al curro.

 

¿Entonces? Entonces la única Militancia es la de seguir y no parar, para no sentirse cómplice de mundos cercanos que nos rodean.

 

Ahora, hoy, el día que murió Laurent Fignon, con nuestros 32 años, estamos a uno de la crucifixión. Con 33 nos volverán a decir que todo es mentira. Y tras la prosa de “fanzice” o el poema de blog buscaremos siempre una frase en marcha, una tecla en ristre que diga que no, que sólo es mentira su mentira, la de decirnos que todo es mentira, la de decirnos que hay que vivir sin ilusiones ni proyectos, acomodarse y pasar a ser res entre bancales.

 

Y cuando nos llegue la madurez (así la llaman), postrados aún en la casa paterno-maternal, creeremos para siempre que “las madres siempre son güenas” y que los padres envejecen mirando a la jubilación.  Y mientras esto ocurre, el chico de pueblo que todos llevamos dentro nos hacía campeones del mundo en Sudáfrica, como una premonición, como un aviso de que somos los últimos aborígenes de Europa, lo rural de la militancia.

 

 

 

Víctor Manuel Guíu Aguilar, el Mestizo

1 comentario

CHR -

Muy bueno.