Sube y baja
Pronto lloverán las hojas del latonero sobre nuestras cabezas. Las heladas llegarán. Las rosadas pulirán la piel de nuestros cuadros. Oiremos al cierzo y abrazaremos la almohada en las noches de invierno.
Con vosotros aprendo, aunque lo aprendido no sirva para transformar salvo la entrada de una villa imaginaria donde la huerta y el monte se juntan.
Nos gusta que asome el sol por la ventana de la habitación, que nos mire de bislai mientras remoloneamos entre sábanas.
Como a todas las mujeres de su casa las rutinas son parpadeos. Incapaces como somos de descubrir la grandeza del biberón, o el café relajado de media mañana.
Entre tanto el mundo se mueve y no sabes si sigues siendo engranaje o, sencillamente, un residuo peligroso enterrado.
No conozco a nadie que esté realmente entero por dentro. Por eso escucho en las mañanas de lectura las tristes esperas de Chavela.
“Si alguien me hubiese dicho que me fuese, mi corazón se hubiese puesto a reir”. Así que aquí sigo. Día tras día. Y entre los cielos azules o las nieblas absolutas, abordaré otro día como un pirata sin barco.
Tengo todo un catálogo de perezas que me embriaga.
Veo partir al abuelo las nueces de la noguera que me cobija y que plantó su padre. Al mismo tiempo pregunta cómo quedó el partido de ayer.
O ella me mira y me pierdo entre sus tirabuzones.
O mamá me besa y me pide algo sin decir nada.
…………………….
Mi hijos tienen soluciones para la tristeza de este mundo. El pequeño me dijo el otro día: “Papá. Mira. Esta ventana es muy chula. Se sube y se baja”.
Pues eso. La vida se sube y se baja. Y la poesía suele resumirse, casi siempre, en la frase inocente y sabia de un niño de tres años.
Victor Guiu, el Mestizo.
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