Cafecico en Lécera
A medida que pasan los años uno repasa lo que va haciendo día a día y, por lo que sea, ve que se hace cada vez más rutinario. Supongo que esto todavía se acentúa más con la edad. Hay rutinas que pueden ser hasta perjudiciales, quién sabe, y otras que se agradecen y que te muestran pequeños encantos que tiene la vida.
Los jueves por la mañana son días de viajecico. Madrugón y, desde Zaragoza, un beso de despedida y carretera y manta. Acompañado de Radio Nacional de España intento que el ratico del café no coincida con las "efemérides" de Nieves Concostrina, que nos ofrece pequeñas anécdotas de la historia, o grandes historias de la anécdota. Un día nos cuenta la historia de la guillotina, otra los huesos de Quevedo. Pequeñas dosis que rebuscan en nuestro pasado y desmitifican lo que somos, lo que fueron y, quizás, lo mucho que nos parecemos y lo que seremos.
Al llegar a la gasolinera de Lécera paro en el bar y pido un cafecico sólo. No suelo fumar a esas horas, pero el ambiente del bar huele a humo y a charrada. La camarera me pone el café. La barra se empieza a llenar. Un agricultor que va a sembrar. Un grupo del pueblo que charra sobre la lluvia o sobre lo que ponen en la tele a esas horas. A veces, ¿quién lo diría?, hasta se ponen a hablar de fútbol. Alguno fuma un rosli, otro pide carajillo. Un taxista hace medio camino del pueblo a Zaragón (hay que ver la montonada de taxistas que ha dado esta comarca deprimida a la capital). De vez en cuanto entra algún camionero despistado y pregunta por la cooperativa. Algún viajero hace alto en el camino y bebe mirando fíjamente la cucharilla del cortado. Miles de vidas interrelacionadas. Rutinas del viajero y del hombre del pueblo. Paréntesis de faenas y preocupaciones con olor a tabaco y café.
Luego salgo (algún día arreglarán la puerta de hierro para evitar el ruido) como un robot, y me meto de nuevo en el coche. Sin pensar gran cosa.
Y en medio del pueblo, justo en el bar que hay junto a la carretera, paro en el paso de cebra (si, qué cosas, soy de los que paro) porque el abuelo de la rutina de las 7.40 va a tomarse el café, la barracha, o lo que le venga en gana. Las veces que me lo cruzo me da paso y observa quién va en el coche. Es la rutina, ya te digo. Y el abuelico de Lécera, que ha visto pasar una vida por sus ojos, anda sin prisa.
3 comentarios
Mestizo -
Ignacio -
Como siempre, un placer acercarme por tu bitácora. La tienes llena de vida. Me alegro.
Lo del cafecico no veas cómo lo hecho de menos. La capital nos condena al individualismo y ni para eso tenemos tiempo ya. Disfruta de esos momentos.
Un abrazo,
anonimo -