Despoblación poética
Somos así de sentidos, de melancólicos y conformistas. La despoblación en Aragón se canta, “como un eslabón, ingenuo y frágil, de la cadena” (el Mestizo).
Desde siempre Aragón ha vivido con interés el problema de la despoblación. A nivel científico contamos con una de las instituciones de referencia en este campo, el CEDDAR, encargado de estudiar (demasiado sesudamente) la problemática de las áreas rurales. En gran parte de la España interior esta evidencia no era tal. Por el peculiar ser aragonés de querer mucho y llamar la atención y actuar poco, situamos el problema en el paradigma de lo creativo y la queja. A pesar de todo, mucho más que otros territorios que ni quejar se quejaban, como Castilla o León.
Pero si por algo nos caracterizamos es porque, lejos de rendirse a la evidencia, la despoblación en Aragón se convierte en poesía, se canta: “es una albada guerrera, que lucha porque regresen, los que dejaron su tierra” (Labordeta).
Todos recordamos ese país de interior, olvidado e inestable que nos ofreció el Abuelo en “Un país en la mochila”. Para muchos españoles fue un gran toque de atención, de que Madrid, Barcelona o Zaragoza no estaban solos en el mundo. Que había “marcianos” que curaban queso y jamón, o paisanos que hacían cucharas o tocaban instrumentos casi perdidos.
Ahora somos todo galería, ni las tradiciones son lo que eran, convertidas en sainetes para los turistas, “que aprecian los productos del lugar” (La Ronda).
Ahora que la crisis nos tiene cogidos de los huevos seguro que resurgen esos versos tristes de Mas Birras: “hay una cruz en el saso donde los mastines aúllan soledad”. En “la Europa triste de amarilla estrella” (E.Jartillo) bastante tiene la Merkel con querer aguantar su sillón aunque para ello caigan con todo el equipo países enteros, como para preocuparse de la despoblación en Teruel. Aunque ya dice la Ronda de Boltaña que habrá que rondar, pues eso es lo que queda: “Rondar para decir que no nos van a sacar de aquí, mi tierra estará viva mientras viva en ti…”.
Son buenos tiempos pues, para la lírica, aunque para ello tenga que coger el montante y “yo me voy pa Zaragoza, y que pregone el patrón” (Labordeta).
Porque la gracia poética no se pierde nunca en las calles diarias de los lugares inverosímiles de Teruel. Un vecino de Bordón, cansado de tanta parafernalia política de infraestructuras por aquí y por allá, resumía de modo genial la verdad cultural de la despoblación: “mira zagal, cuando tienes una carretera muy mala, por aquí no se acerca ni Dios. Cuando te hacen una carretera cojonuda, no tardamos mucho en marcharnos todos de aquí”. Y mientras tanto, embriagado de la magia de su iglesia (mucho antes de Cuarto Milenio), una copla rezaba sobre una puerta: “Ya lo decía mi abuelo, que algo tiene de especial. El que visita Bordón, ya no se quiere marchar”.
Como el que se consuela es porque no quiere, “siempre nos quedará la poesía”.
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