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EL MESTIZO. poesía, opinión; sociología grotesca

El Tío Vallés y el Tío Pepinero

El Tío Vallés y el Tío Pepinero

La Europa del Aborigen, como no podía ser de otro modo, apoya esta iniciativa, la de dos nuevos gigantes en Alcañiz, con unos de los máximos exponentes de la cultura aragonesa de las últimas décadas en el Bajo Aragón.

 

http://dulzainerosdealcaniz.wordpress.com/

 

 

RAZONES PARA UN RECONOCIMIENTO PÚBLICO

Hay personas que, en su trayectoria vital o profesional, llevan a
cabo acciones extraordinarias o alcanzan resultados que para otros
serían impensables, y lo hacen con absoluta naturalidad, incluso
con modestia y humildad, sin buscar el reconocimiento público
como premio, pero ofreciendo a la sociedad en la que viven lo
mejor de sí mismos. A la categoría de estos héroes casi anónimos
pertenecieron, sin duda alguna, los Dulzaineros de Alcañiz, Noel
Vallés y José Alejos.

A finales de los años 70 de pasado siglo, el sonido y la música
de la dulzaina aragonesa, eran absolutamente desconocidos, tanto
para el gran público como para los especialistas en folklore y música
tradicional. El instrumento había prácticamente desaparecido. De
hecho, no había quien lo tocara, si acaso Camilo Ronzano, gaitero
de Las Parras de Castellote, muy mayor y casi ciego, recluido
y prácticamente olvidado que vivía en Zorita del Maestrazgo
(Castellón).

El folklore aragonés se circunscribía casi en exclusiva a la jota, y
vivía una época de declive y desprestigio derivados de su excesiva
vinculación durante cuarenta años con el régimen franquista,
que la había erigido en una de sus banderas a la hora de difundir
públicamente lo que entonces se llamaba “los valores de la raza”.
Con la transición a la democracia, esta actitud había provocado un
importante sentimiento de rechazo, sobre todo por parte de los
jóvenes. Otros elementos fundamentales del riquísimo patrimonio
de la cultura tradicional aragonesa, como los dances, albadas,
boleros, polcas, bailes de matachines, toques de procesión, cantos
de bodega, gozos, mayos, enramadas, etc., apenas si pervivían
en sus pueblos y comarcas de origen o, con mucha suerte, entre
las polvorientas páginas de los cancioneros populares que algunos
estudiosos como Arnaudas, Mingote o Garcés habían recogido en la
primera mitad del siglo XX.

Sin embargo, la dulzaina y el tambor, y quienes los hacían
sonar, conocidos popularmente como los gaiteros, habían sido

históricamente protagonistas indiscutibles de la música popular
y festiva de Aragón, sobre todo al Sur del Ebro. No había fiesta,
romería, baile, procesión o acontecimiento que no contara con
su presencia y fuera animado por sus sones. La aparición de las
primeras orquestinas en las postguerra civil, la popularización
de otras formas musicales patrocinadas interesadamente por el
Régimen bajo el epígrafe de “folklore español”, la eclosión industrial
de la música popular, con la universalización de la radio y el
tocadiscos, y la difusión de nuevas formas musicales provenientes
en muchos casos del ámbito anglosajón, fueron la puntilla para los
gaiteros, que redujeron su actividad a esporádicas actuaciones
hasta prácticamente desaparecer.

En este contexto, a finales de los años 70 se había iniciado
tímidamente un movimiento de recuperación de la enorme variedad
y riqueza del folklore y de la música popular aragonesa, del
que fueron pioneros grupos como Chicotén y del que bebieron
cantautores de la época como Labordeta, La Bullonera o Boira.
Con el advenimiento de los ayuntamientos democráticos, el de
Zaragoza encargó al periodista y productor musical bajoaragonés
Plácido Serrano, para las fiestas del Pilar de 1979, la organización
de una muestra de folklore que diera a conocer, en la medida
de lo posible, una parte de esa enorme riqueza cultural que era
prácticamente desconocida para la gran mayoría de los ciudadanos.
Él era consciente de la importancia de contar con la presencia de
unos buenos gaiteros que interpretaran algunas de las piezas más
importantes de nuestro folklore: sin ellos a la muestra les faltaría
una de sus parcelas más importantes. Ante la inexistencia de
intérpretes, se llegó a plantear el recurso a dulzaineros navarros
o valencianos para que tocaran, con partitura, nuestra música
tradicional, aún siendo consciente que la gaita navarra o la dulzaina
valenciana, como la gralla catalana, son instrumentos distintos a la
dulzaina aragonesa, y aunque su sonido es parecido, suenan bien
diferentes.

Prácticamente por casualidad supo que Noel Vallés había sido
dulzainero durante buena parte de su juventud, hasta que contrajo
matrimonio, recorriendo las fiestas de los pueblos del Bajo Aragón
acompañado al tambor por Manuel Centelles, “el Tío Cal”, natural
como él de Cañada de Verich. Noel acogió con entusiasmo la idea
de volver a hacer sonar, treinta años después, la dulzaina que

siendo un adolescente le regalara su tío, el alcañizano Fernando
Vallés, y que su mujer, Genoveva, guardaba bien protegida en el
fondo de un arcón en el granero de la casa familiar. Para aquella
aventura, Noel se puso en contacto con el mejor tamborilero que
conocía: José Alejos, “El Pepinero”. La sintonía y el entendimiento
entre ambos fueron inmediatos. José, ya jubilado de su trabajo,
era toda una institución para el tambor alcañizano, un maestro
en su ejecución y uno de los mejores constructores que ha tenido
este instrumento en todo el Bajo Aragón. Comenzaron a ensayar
y su presentación pública en La Romareda, ante más de 15.000
personas, fue apoteósica. El penetrante e intenso sonido de la
dulzaina del Bajo Aragón fue uno de los grandes acontecimientos de
aquella I Muestra de Folklore Aragonés, y muchos de los asistentes
lloraron (lloramos) de emoción al escucharlo recuperado, dignificado
y vivo cuando los rancios estudiosos de la cultura popular, desde su
miopía neopositivista, lo daban ya por muerto y extinguido.

Noel y “El Pepinero”, ya a partir de aquel momento Los
Dulzaineros de Alcañiz, vivieron desde aquella fecha y durante casi
veinte años una segunda vida, al margen de sus quehaceres
cotidianos, que vista hoy con perspectiva puede considerarse una
gesta. Con su trabajo de campo y su memoria prodigiosa
recuperaron buena parte de las melodías y de los sones
tradicionales de la dulzaina bajoaragonesa; participaron en las 5
ediciones de las Muestras de Folklore Aragonés, que se realizaron
en el Estado de La Romareda durante las fiestas del Pilar de los
años 1979 a 1983, y en las que actuaron, en conjunto, ante más de
70.000 personas; intervinieron en la grabación discográfica de las 5
muestras de folklore aragonés, una de las joyas etnográficas de
nuestra cultura popular; recuperaron el sonido original de la música
de la Contradanza de Cetina, una de las joyas más emblemáticas y
singulares del folklore aragonés, y acompañándola, actuaron en
multitud de festivales y encuentros folklóricos, incluida su actuación
en Venecia (Italia) con un éxito indescriptible; recuperaron las
melodías tradicionales de la comparsa de gigantes y cabezudos de
Zaragoza, a la que acompañaron en sus salidas durante más de 15
años en las Fiestas del Pilar y en encuentros de gigantes y
cabezudos de España, Francia y Bélgica y Holanda; recuperaron e
interpretaron la parte musical del Dance de Las Tenerías de
Zaragoza, del Reinau de Villarluengo y de las Encamisadas de
Estercuel; junto con el musicólogo Blas Coscollar, recuperaron

físicamente y pusieron en marcha la fabricación de copias del
instrumento de Joaquín Andolz, “el Tío Tieso” de Alcañiz, uno de los
gaiteros míticos de Aragón, y también de piezas tan importantes de
su repertorio como la “Habanera del Tío Tieso”, convirtiendo éste
instrumento en el patrón de la dulzaina aragonesa; también con
Blas Coscollar, trabajaron en la preparación del “Libro de la
Dulzaina Aragonesa: Método y Repertorio”; llevaron el nombre de
Alcañiz a festivales y encuentros de música popular y tradicional de
toda España (Madrid, Galicia, Valladolid, Murcia, Valencia,
Barcelona, Segovia, la Expo 92 de Sevilla…); y, por supuesto,
acompañaron año tras año hasta prácticamente su fallecimiento a la
comparsa de Gigantes y Cabezudos de Alcañiz en todas sus salidas,
especialmente el la romería a la ermita de la Virgen de los Pueyos
durante las fiestas de la ciudad. Finalmente, con motivo del
homenaje que les rindió Alcañiz, grabaron el CD “Los Dulzaineros
de Alcañiz” y fueron los protagonistas del gran festival que tuvo
lugar en el Teatro Principal de la capital bajoaragonesa en 1994.

Sabedores, por intuición y por sentido común, de que la música y
la cultura popular sólo están vivas cuando se transmiten y divulgan
libremente, los Dulzaineros de Alcañiz crearon escuela entre los
jóvenes que se interesaron por esta parcela de la música tradicional
aragonesa, enseñando su particular y característica forma de
tocar en clases impartidas en la Escuela Municipal de Folklore de
Zaragoza y en el Conservatorio de Música de Alcañiz. Y con el
Grupo Universitario de Folklore Somerondón, de la Universidad de
Zaragoza, llevaron a cabo una intensa colaboración durante más de
diez años centrara en la recuperación y divulgación de las esencias
del folklore aragonés.

Y todo ello lo llevaron a cabo desde la sencillez y la humildad,
casi siempre de forma altruista, como si lo que hacían apenas
tuviera importancia. Los trabajos y publicaciones de estudiosos
como Blas Coscollar, Luis Miguel Bajén, Ángel Vergara o Jesús
Rubio les han reconocido su valor y sus méritos en la salvación
del instrumento y el puente generacional que ha permitido que la
dulzaina aragonesa hoy siga viva y suene con más intensidad que
nunca.

Francisco Vallés Ruiz
Periodista y técnico sociocultural

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