Abrazar la Tierra
Después de más de una década de proyectos de “desarrollo rural” (palabra muy recurrente y recurrida por los políticos de turno) algunos técnicos de desarrollo rural (como Teruel, también existen) observaron que, por mucho o poco dinero que se meta en el medio, y por mucho o poco que hable el político elegido por algunos de los “todos”, el territorio continuaba despoblándose sin remedio.
Así pues, el equipo de Omezyma (o como se llame ahora), junto a grupos de desarrollo de toda España, se fueron reuniendo a partir de 2003 para ver cómo proponer alguna metodología propia que posibilitara un resurgimiento poblacional, pero no a cualquier precio, si no al precio del repoblador emprendedor, al precio de poder fallar pero querer sobre todo marcar una línea de futuro a largo plazo.
En el proyecto había grupos de trabajo en Castilla (que además de ancha también existe), Cantabria, La Mancha, Madrid, Aragón… Como proyecto piloto (de experimentación) se trabajo a conciencia la capacidad técnica de los que iban a trabajar en el territorio. Para ello se diseñó con especialistas de todos los ramos (sociólogos, psicólogos, geógrafos, etc..) un plan de estudios propio y singular que, a través de metodologías participativas crearan un corpus de recomendaciones de gestión de una oficina de nuevos pobladores (o de nuevos vecinos, como gustaba llamarlos más en otros lares). A ello se le sumó una metodología participativa en algunos territorios (no en todos) para que la propia ciudadanía asumiera como propio el proyecto y animara y acompañara a las nuevas propuestas empresariales y de repoblación.
El proyecto recibió el nombre de “Abraza la Tierra”, y ponía en tela de juicio muchas de las “verdades absolutas” que políticos, plataformas ciudadanas y medios de comunicación ponen en boca de todos. Eso de “necesitamos infraestructuras”, y tapatín tapatán. No cabe duda que necesitamos infraestructuras pero, ¿cuáles?, ¿de qué tipo?. Porque la duda razonable que se planteó y se sigue planteando es que pocos hablan del “hecho CULTURAL” que supone el problema despoblatorio.
Así pues, todos los partidos en estas elecciones continuaron en la dinámica de “hay que hacer esta o tal infraestructura” (en román paladino –yo la tengo más larga que tú-), pero se sigue sin atajar el problema cultural de la desaparición de nuestros pueblos. Por tanto, siguen desapareciendo aún a pesar del maquillaje de algunos datos.
Abrazar la Tierra fue (y digo fue porque como todo que está pensado desde el punto de vista científico y filosófico tuvo sus años contados) un ejemplo en algunas cosas. Sobre todo, ya lo he dicho, en identificar hechos culturales como grandes problemas de la despoblación. Pero también en utilizar metodologías en red, formación a la carta de técnicos y plantear participación ciudadana cuando todo aquel sistema y procedimiento nos sonaba a todos a chino mandarín (o cantonés, p´al caso).
En el deber situaríamos la manía irremediable de muchas estructuras de desarrollo local que aprovechan proyectos como este para financiar su medida de gestión (léase sueldos) sin profundizar ni interesarse en absoluto por el proyecto. También la dificultad de algunos técnicos, que no teníamos los recursos personales necesarios para tratar determinados temas, situaciones o programas.
Pero la filosofía del proyecto sigue siendo un ejemplo de cómo conformar políticas distintas y propuestas claras de por dónde podría ir el desarrollo rural, localizando propuestas emprendedoras, analizando y acompañando a los nuevos pobladores, colaborando con el ciudadano de a pie.
Abraza la Tierra continúa como una Fundación que no quiere que aquel esfuerzo quede en agua de borrajas, algo digno en un gremio, el del Desarrollo Local, en el que cuando mamá estado no pone pasta todo se diluye por muy buena idea que sea.
En un mundo de 7000 millones de habitantes parece contradictorio hilar en el campo de la despoblación. Pero un paseo por la tierra interior, un día entre semana de cualquier mes de invierno (y el invierno ya empieza al acabar las fiestas del pueblo) ofrece un panorama desolador. Y lo que nos queda…
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