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EL MESTIZO. poesía, opinión; sociología grotesca

La tienda y la foto

Cuando reformaron aquella tienda podríamos equiparar nuestra impresión con la de la primera vez que entras a una gran superficie. Todo lleno de estanterías y productos de lo más variopinto.

En realidad sólo modernizaron un poco, agrandando la zona del mostrador por lo que fuera la entrada a una casa que mi abuelo casi no tuvo tiempo de disfrutar. Una mañana, recién jubilado, le pidió una manzanilla a mi abuela porque se encontraba mal y ya no tuvo tiempo de tomársela. Desde aquel suceso, contado mil y una veces en mi casa, pocos Guius somos amantes de ese brebaje del demonio ni aunque nos lo sirvan con anís.

Como decía, fue un gran avance aquella “ampliación”. Pero se conservaba la esencia. Cubos de madera con sardinas en la puerta. Verduras “del país”. Y nuestro más querido rincón, en el primer pasillo, al fondo, a la derecha: las chuches.

Mi tía tiene un carácter peculiar. Los primos la sorteábamos para “aventurarnos” en los rincones más inhóspitos del viejo caserón de la Plaza de la Parroquia. En el último piso, algún pequeño despacho y sorpresas de todo tipo. Zapatos de la postguerra, periódicos viejos, una foto de los ex cautivos de Alcañiz…

En el piso intermedio, encima de los cuartos, un tesoro que permanecía inalterable desde hacía décadas. Galletas caducadas, latas, botes de no sé qué productos que hacían las delicias de todos nosotros. Y sobre todo: “¡que no se entere la tía!”.

La cocina, un minúsculo reducto en la planta baja, era capaz de sacar las costillas de palo más turridicas y sabrosas que he probado. Aún hoy, cuando paso por aquella casa, me viene el sabor de las costillas y reviso mi DNI por si algún milagro me bajase treinta años de repente.

La vida en la plaza estaba llena de saludos, juegos, olores… Olores como el cuarto del mondongo de la tía Concha. Olores como el tabaco de los viejos, que se quejaban de nuestras trastadas. La lejía de la Fina para que no pasáramos con el monopatín. Olor de las tortas cerradas del Soguero… Sonidos como la sierra de la carnicería del Joaquín o el grito de las abuelas llamando para la merienda. 

Las novedades están grabadas en nuestras retinas. El coche nuevo del Fernando. Mi tío José Antonio y su cámara de vídeo. Mis primas y mi hermana agarrándome de la mano. La incursión a la calle Santa Ana para ver por el cristal a mi tía Ana en el Registro. El viaje a jugar a fútbol sala entre sacos de harina. La “maquinica” de mi amigo el Carlos. El VHS nuevo del Joaquín, donde lloramos cuando David se convertía en roble…

Dormir allí era especial. No te salvabas de una parte del Rosario. Ni de la bolsa de agua caliente. Ni de “mudarte” los domingos para ir a misa. Las fotos de la bisabuela daban miedo, aunque más miedo le daba la bisabuela a mi tío Paco, que cuenta cómo le “encorría” por la plaza, muchos años antes que nosotros ocupáramos ese espacio de su memoria. La memoria de mi padre con sabor a farinetas.

El tiempo pasado no es ni mejor ni peor. Son las páginas de nuestra vida, las que nos han  hecho llegar aquí.

Cabezonerías. Nos empeñamos este año en que había que hacer una foto. Una foto allí, en la plaza, en la tienda. De vez en cuando la repaso. Una foto que nos diga que, algunos días de nuestra vida, fuimos felices y compartimos algo más que un apellido.

 

Víctor Guiu, el Mestizo.

3 comentarios

Mestizo -

en un artículo no cabe todo, algún día recordaremos alguna cosa más. Igual es que nos hacemos viejos Coke y estas cosas nos ayudan a mantenernos en pie... Abrazos

Eva -

Que me haces llorar. Que recuerdos

coke -

Gracias primo, cuanta razon y que recuerdo mas bonitos. Lo has plasmado tal y como era. Gracias