QUE NO LES SIENTEN BIEN LOS TURRONES
Llega el fin de año y hasta el pueblo más pequeño parece la Quinta avenida, llenos de “papanoeeles”. La madre que los parió. Y hasta los republicanos nos echamos las manos a la cabeza de que cualquier padre reniegue tanto de los reyes magos. Y los partidos y los gobiernos, los de Aragón también (o sobre todo), siguen jugando a las elecciones, dan largas y buscan controlar más que gestionar, fichando a las últimas grandes incorporaciones del mercado de invierno, pueblo por pueblo. Y como todo hijo de vecino felicitan las hipócritas navidades. En estas me encuentro un correo que da que pensar. En el año 79, cuando a mi que quedaban catorce o quince años para empezar a fumar, un obrero de la construcción tardaba unos 5 años de su vida en comprarse un piso, lo cual suponía unas 14 pagas completas, mes arriba mes abajo. En el año 2006, el mismo piso, bastante más pequeño, cuesta a un licenciado, 175 mensualidades. Saquen ustedes las cuentas. Según estas cuentas, para equipararnos a nuestros padres (que por lo visto no salían de juerga y se sacrificaban inmensamente por nosotros para poder pagar su piso), tendríamos que cobrar 2,5 millones de las antiguas pesetas. Pero claro, vivimos con nuestros padres porque somos una cuadrilla de vagos y no queremos comprometernos. ¿Comprometernos?, ¿Con quién?. Quizás lo que no queramos sea comprometernos con el banco y la caja. Los compromisos más metafísicos, según dicen, cuando pasas de los 30, se resumen en el dinero y el dinero. No existe la dictadura política, pero si la de las hipotecas, la de los especuladores y la de los jetas. Gran parte de la población se aprovecha de la mierda especulatoria, aunque luego critique al político de turno. Intenta culparles del precio del piso mientras especula con su huerta o su era. Intenta pensar en que no podemos soportar este cambio climático. “Queremos un Desarrollo Sostenible”, pero apoyan a su vez a empresas de plomos, cementeras y canteras desaforadas en busca de no se sabe muy bien qué, por mucho que nos quieran engañar algunos alcaldes y concejales. Se quejan de que vienen inmigrantes pero nadie quiere poner un ladrillo. Nos llenan de mierda y sólo saben quejarse del vecino que les representa, cuando ellos, según me dicen, harían lo mismo si estuvieran allí. Qué triste es la vida y sus gentes. La cultura de lo inmediato se ha impuesto. Nuestros hijos y los suyos lo pagarán, y muy caro. Ser poetas. Hablar de poesía y utopía en este mundo que estamos dejando es hablar de libertad. La poesía y la utopía es un alma errante que, entre la inmundicia, intenta respirar. Sirve para decir que no se puede comulgar con este sistema de ruedas de molino. Que hay mucho por lo que luchar. Que el día que nos ilumina no seguirá si no existe un futuro digno. Porque todos (unos más que otros), seremos cómplices de la desgracia, la incultura, el caciquismo, la venta por cuatro perras gordas, el capitalismo hiperconsumista…. Lo que al fin y al cabo está llevando a la ruina a este planeta. Si la navidad no ha revuelto vuestras conciencias, sería mejor tirarla por un retrete, vuestras conciencias, quiero decir. Que los dioses os acompañen, y que ganen por su piso nuevo una millonada. Ya la pagarán, en cómodas mensualidades, durante 60 años…
1 comentario
seguros -
¿Qué es la Navidad hoy en día? ¿Celebra alguien la Navidad sensu stricto? ¿Qué queda de la Navidad cristiana en la España de hoy?
Yo diría que poco, casi me atrevería a decir que nada. Para empezar, la celebración del nacimiento de Jesús es algo que ha quedado relegado a las icónicas representaciones de los preceptivos portalitos de Belén de los mercadillos de Navidad. Su significación como un supuesto hecho religioso trascendente ha desaparecido. El personaje de Jesús se ha mezclado y ha caído por debajo de otros personajes, mucho más divertidos, como Papa Noel (Santa Claus), Rudolph el reno de la naríz roja, o los caganers del príncipe y de la Leti. La tradición religiosa se ha disgregado en sus componentes más folclóricos, ya sean autóctonos o importados, los villancicos, las decoraciones, las comidas y la juerga.
Supongo que esta banalización crea una honda preocupación entre los cristianos practicantes, pero yo creo que es una muestra más de la total desconexión con la religión que tiene una gran mayoría de la gente. Aunque la Iglesia se empeñe en indicar que una abrumadora mayoría de la población sigue siendo católica, la realidad es muy distinta. Puede que sobre el papel haya muchos millones de católicos, pero realmente son muy pocos, poquísimos.
Carlos Menéndez